viernes, 12 de febrero de 2010

Roberto Arlt. Retazos de Los lanzallamas

-Llorá, chiquito mío. Tenés que llorar mucho todavía. Hasta que se te rompa el corazón y ames a los hombres como a tu propio dolor.


Terrible es la realidad... El pueblo vive sumergido en la más absoluta ignorancia. Se asusta de los millones de hombres destrozados por la última guerra, y a nadie se le ocurre hacer el cálculo de los millones de obreros, de mujeres y de niños que año tras año destruyen las fundiciones, los talleres, las minas, las profesiones antihigiénicas, las explotaciones de productos, las enfermedades sociales como el cáncer, la sífilis, la tuberculosis. Si se hiciera una estadística universal de todos los hombres que mueren anualmente al servicio del capitalismo, y el capitalismo lo constituyen un millar de multimillonarios, si se hiciera una estadística, se comprobaría que sin guerra de cañones mueren en los hospitales, cárceles y en los talleres, tantos hombres como en las trincheras, bajo las granadas y los gases.



Ahora comprende que bailen en él distintos haces de pensamiento, agrupados y soldados en la ardiente fundición de un sueño infernal. El pasado se le finge una alucinación que toca con su filo perpendicular el borde de su retina. Él espía, sin atreverse a mirar demasiado. Está atado como por un cordón umbilical al pasado. Se dice: "puede ser que mañana mi vida cambie", pero es difícil, pues aunque el sueño termine por disolverse, siempre quedará allí en su interior un sedimento pálido que introduce un vacío angustioso en su pecho. Este semeja un triángulo cuyo vértice le llega hasta el cuello, cuya base está en su vientre y que por sus catetos helados deja escapar hacia su cerebro el vacío redondo de la incertidumbre. Y Erdosain se dice: "Podrían dibujarme. Se han hecho mapas de la distribución muscular y del sistema arterial, ¿cuándo se harán los mapas del dolor que se desparrama por nuestro pobre cuerpo?" Erdosain comprende que las palabras humanas son insuficientes para expresar las curvas de tantos nudos de catástrofe.



A momentos un suspiro ensancha su pecho. Vive simultáneamente dos existencias: una, espectral, que se ha detenido a mirar con tristeza a un hombre aplastado por la desgracia, y después otra, la de sí mismo, en la que se siente explorador subterráneo, una especie de buzo que con las manos extendidas va palpando temblorosamente la horrible profundidad en que se encuentra sumergido.

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