miércoles, 19 de mayo de 2010

Make me up.

Se pasaba los días encerrado en un pozo que había cavado bajo su casa. Fabricaba máscaras. Eventualmente salía del encierro de ese sótano a probarlas. Generalmente no daban el resultado deseado: algunas funcionaban muy bien con un grupo de gente, pero en cuanto cambiaba, la máscara se volvía inútil. Y había que correr adentro a cambiarla.
Cuando descubrió el mentiroso que era más sencillo ir dejándoselas puestas, no dudó un instante.
Tenía épocas en que el juego le era satisfactorio y pasaba bastante tiempo afuera actuando.
Poco a poco las máscaras se empezaron a fundir con la carne de su rostro. Sacárselas al volver al principio lastimaba. Cada vez se las quitaba menos seguido. Por supuesto, cuanto más esporádico era el acto de quitarse el disfraz y limpiarse la sangre, más se adherían, más sangraba, más hería. Al tiempo las semanas de negación se extendieron y para sacarse las máscaras tenía que desgarrarse la cara. Varias veces se amputó sectores importantes del rostro. Y muchas otras las heridas cerraron dibujando cicatrices. Cada vez se tornaba más absurda la idea de salir sin máscaras, desnudo.
Hasta que se convirtió en rutina el proceso de actuar, disfrazarse, cada tanto modificar el disfraz para no pasarse de moda ni volverse -a los ojos del resto- parte de la escenografía. Se desnudaba únicamente a solas en su sótano en escasísimas ocasiones. Sabía de la necesidad de quitarse las caretas, aunque doliera; era el único modo de dejar abierta la posibilidad de algún día salir en piel. Arrancaba la máscara de a poco, muchas veces acompañada de carne. Sangraba. Los lagrimales ya no respondían pues habían sido removidos con una máscara antigua. Gritar no tenía sentido, nadie hubiese comprendido (el que salía no sufría, no lloraba ni sangraba, cualquier grito debía provenir de alguna casa vecina, jamás de la suya).
En varias ocasiones fue necesario quebrar la máscara para sacarla.
¿Por qué la secuencia se repetía? Al fin y al cabo, la deformidad de su rostro hacía impensable el salir alguna vez sin disfraces.
Lo torturaba ver cómo los demás andaban por las calles descubiertos. Malditos seres, sin cicatrices -pensaba- que no tienen necesidad de maquillajes.
Antes de las cicatrices autoinfligidas, la excusa había sido la simplicidad para adoptar la pose. No importaba el daño: sería pequeño, temporal. Muy pronto conseguiría fabricar la máscara adecuada, calcársela en el rostro, y salir del modo tan visceral, tan genuino, puro.
Pero siempre fueron eso y no más: Excusas.
El miedo que lo movilizaba no tenía justificación y él lo sabía. La certeza escondida provocaba aun más sufrimiento que los disfraces. La tortura que se propiciaba no era ni remotamente comparable. El saber que la felicidad se traducía en Ser, sin velos ni maquillajes, y no permitirse hacerlo era irracional. Estúpido. Kármico. Casi una maldición. Y no había más culpables que él.

Cierto día el procedimiento fue defectuoso. Quién sabe si por azar o decisión, las máscaras fueron arrancadas frente a un espejo. Cuando el desgraciado se vio, volvió a llorar. Quizás se haya inventado las lágrimas o haya mentido la amputación de los lagrimales, aunque es un punto ya irrelevante.
Por primera vez las cicatrices no las recorrió con las yemas de sus dedos, sino que las vio. Por primera vez pudo verse.
Reparó en lo que había tras las cicatrices: un rostro maleable, que podría haber sido el mejor de los disfraces, genuino, puro, versátil y fácilmente aceptable por los Otros.
Ya era tarde para lamentar: ahi estaban las cicatrices, desdibujándole l asonrisa que se esmeraba por recordar frente al espejo.
En esa ocasión decidió definitivamente no volver a herirse. Nunca más volvería a arrancarse partes del rostro. Ya no más deformarse.
Jamás saldría con máscaras de nuevo.

Nunca supieron qué ocurrió después. Se sabe que pocas veces lograba sostener decisiones a lo largo del tiempo (dejaba de dar resultado y acababa por cambiarse el disfraz). Pero parece que esta vez fue distinto.
Pero, insisto, no se sabe. Aun siguen tocando la puerta del sótano para ver si responde.

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